diumenge, 4 de desembre del 2016

Julia

    Julia 


Hace aproximadamente tres meses fuí a una posada durante una semana y media, la cual llevaban un matrimonio de jóvenes. Era un negocio familiar, bastante llamativo entre esa aldea tan pequeña. Pasé ahí unas noches porqué una abominable tempestad me hizo imposible proseguir mi viaje hacia las tierras vascas. La noche de mi llegada a la posada no fue nada emocionante, es más, nada llamó mi humilde atención excepto un libro viejo que estaba en una de las estanterías que tenia aquel comedor. Ese libro me decía algo que no podía expresar, era muy igual a los diferentes libros que había en la estantería vieja, tapa dura, letras doradas en relieve... tenía algo que los demás no tenían. Después de cenar contemplándolo con los ojos brillantes, decidí no cogerlo. Al no cogerlo me quedé con una intriga inquietante, es más, aquella intriga no cabía en mi cuerpo, acabaría por hacerme pedazos. Después de estar toda la noche encerrado en mis pensamientos, al día siguiente, cuando caía la noche, me decidí a coger el libro. Mientras cenaba, me levanté con sutileza a la estantería donde residía el libro, mientras un anciano solitario y borracho me miraba con una cara enigmática. Cuando volví a mi mesa y me disponía a abrir aquel libro, vino el anciano y me dijo - ¿Acaso usted ha perdido el juicio?, a lo que me quedé preguntándome porqué aquel señor me decía eso. ¿Por qué dice eso?- le respondí de inmediato poniendo una mueca singular. ¡¡Está maldito , está maldito!!- dijo el anciano gritando. Abrí el libro y el candelabro que teníamos en la sala se apagó de una fuerte ráfaga de viento helado que por la ventana se filtraba. Nos quedamos el anciano y yo a la luz de la luna llena que  lucía ese noche con esplendor. Dio por supuesto que yo era forastero, ya que no conocía la leyenda que contaban sobre la posada y aquel libro. De repente el anciano puso una cara muy seria, cambió el tono de voz a uno puro y transparente como el cielo de una mañana de verano, y empezó a narrar. Hace muchos años, esta casa pertenecía a la familia de los Vázquez, una familia burguesa adinerada, de hecho, era de las pocas que había en un pueblo tan pequeño como este. El matrimonio vivía feliz en esta casa, eran jóvenes y se querían mucho, pero veían que faltaba algo en su vida. Al cabo de nueve meses nació la pequeña Julia, una niña que con su mirada llena de vida desprendía alegría por la casa. Todo iba muy bien hasta que pasaron 6 años desde el nacimiento de Julia, le empezaron a detectar problemas en su respiración, y eso le causaría sonambulismo y ver cosas paranormales. Sus padres siempre la estaban sobreprotegiendo, llevándola al médico, pero un día sus padres volvían de trabajar, y como estaban muy cansados se acostaron pronto y cayeron en un sueño profundo. Julia esa noche tenía calor, no podía dormir bien, cuando cayó dormida algo la hizo levantarse. Pálida como el papel ,con sus rizos dorados como el oro y su camisón blanco correteaba siniestramente por la casa. Entró a todas las habitaciones, empezó por la suya y acabó por la cocina. Escucha atentamente, joven -dijo el anciano con los ojos tan ardientes como el fuego que se reflejaba en sus pupilas. Acabó por la cocina porqué fue  el lugar donde acabó con su vida, mientras estaba bajo el dominio de la sonambulía cogió un cuchillo, se lo clavó en el pecho y se desmoronó en el suelo. Al día siguiente sus padres la vieron muerta, fue tanta la pena que tuvieron que hicieron un funeral y un entierro por todo lo alto, con flores blancas como su piel pálida y rojas como sus mejillas. Transcurrieron los años sin Júlia y el matrimonio iba haciéndose viejo. Un día el padre revisando los libros encontró uno que él no recordaba haber comprado, abrió el libro y entró una ráfaga de viento helado que venía del ventanal del comedor, ese libro se llamaba Júlia, y contaba toda la historia de su hija; además contaba detalladamente la noche que murió. Nunca se supo quién lo escribió pero sí que dice que el alma de Júlia deambula todas las noches por los pasillos de esta posada.